Todos los días se volvieron iguales, la rutina transformó mi vida en un repositorio de deseos qué cada día veo más lejos.
Tengo pocos años y a la vez los suficientes como para afirmar qué hay cosas que nunca pasarán y que aunque soñaba vivirlas, ya son parte de un pasado que nunca será futuro. No voy a vivir en un castillo, ni en cuentos de hadas ni en un mundo justo, posiblemente nunca trabaje en televisión ni publique un bestseller. Me estoy despidiendo de lo que no fue, ni será nunca.
Vivo y me siento atrapada en una vida que en un momento elegí, pero que me llevó a una rutina qué se vuelve cada día más desesperante. Necesito magia, moverme, volver a sentir que navego entre un mar en calma, de silencio y de paz.
Vivo corriendo y nunca llegó a ningún lado, las rodillas me sangran y mi cuerpo me pide que pare. Cada día es lo mismo, me repito durante muchas horas: no podes ni tenes que poder con todo. Pero mi inconsciente sabe a la perfección qué mi exigencia siempre me dice que tengo que seguir corriendo, porque al final día la magia aparecerá y nuevamente podré con todo. Y en esas horas es donde me enojo y me frustró, porque la respuesta es siempre un no.
Cuando intento ser un cien, siempre soy ese noventa y nueve qué tanto me lastima y daño me hace. Nunca puedo amigarme con el balance, no puedo ser media amiga, ni media estudiante o media novia, tengo que ser un cien en todas.
Y así es como termina un día más, en donde cada rincón de mi vida me pareció insuficiente y la mediocridad nuevamente me atrapó. La rutina me envolvió para ser nuevamente, todo lo que no quiero ser.
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